POR QUE VALE LA PENA INVERTIR EN DESARROLLAR HABILIDADES “BLANDAS”

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Si bien hoy es mucho más aceptado en el ámbito laboral que las personas no pueden simplemente ser consideradas en base a sus capacidades para cumplir una determinada tarea, y al salario que perciben por hacer esa tarea; todavía el tema de las “emociones” en el trabajo generan cierto recelo o desdén en muchas personas. Esto tiende a ser mayoritariamente cierto en personas de edades más bien adultas, aunque también es posible encontrar gente joven que mira de reojo todos estos temas, pensando que las herramientas vinculadas con la parte emocional del ser humano, o habilidades blandas, pertenecen más a series para adolescentes en Netflix que al ámbito laboral. Sin embargo, ignorar la naturaleza humana de la emoción puede traer bajos rendimientos, mal clima laboral, pérdida de oportunidades de negocio, entre otros problemas y por eso no es una opción ignorarla.

El ser humano integral: razón y emoción.

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Sin entrar en definiciones académicas sobre lo que es la emoción, digamos en términos sencillos que la emoción es algo de naturaleza más bien fuera de nuestro control consciente, que puede afectar nuestro estado de ánimo, e influir poderosamente en nuestras acciones y en las decisiones que tomamos. El ánimo está muy vinculado con la energía y voluntad que ponemos para hacer las cosas: una persona que se siente contenta, alegre, reconocida por sus compañeros y supervisores; sin duda tendrá más ánimo para hacer las cosas que alguien que se siente triste, deprimido, y no valorado.

La emoción también invade permanentemente la toma de decisiones, es una invitada no deseada en procesos que en teoría están siendo ejecutados por la razón. Cuando una emoción se apodera de una persona, esta tendrá una repercusión en sus acciones y en la manera como interpretará cualquier evento: un pedido de hacer algo, una sugerencia, o una crítica. No se debe subestimar la importancia de este factor en el desempeño de una persona, el cual muchas veces iguala o supera a la formación técnica, incluso a la remuneración.

La emoción es, ni más ni menos, el único motor que nos empuja a emprender todo lo que hacemos, es el combustible del que se alimenta nuestra voluntad para despertarnos cada día y hacer todo lo que hacemos. Imbuidos de las ganas, entonces la mente racional ordena, analiza, y ejecuta un sinfín de tareas orientadas a lograr algún objetivo. Pero antes estuvieron las ganas. Ese es el orden, y no al revés. De igual modo, si estamos experimentando una emoción intensa, esa emoción es la que definirá nuestra interpretación del momento, e incluso tendrá una fuerte influencia en nuestras decisiones.

Una metáfora útil para entender el concepto es la de andar a caballo. Cuando las emociones son las adecuadas, vamos sentados sobre el caballo y éste camina en la dirección que queremos: el caballo es quien pone la fuerza y nuestra mente racional es la que dirige las riendas. Nosotros dirigimos racionalmente a la fuerza bruta que nos empuja, pero es ella la que en efecto nos mueve. Esta fuerza proviene de otro ser, que tiene voluntad propia, y que sólo si sabemos manejarlo nos llevará a donde queremos ir. Si el caballo está cansado, o se empaca y no quiere avanzar, por más que agitemos las riendas no nos moveremos. Por otra parte, si algo altera nuestras emociones, si el caballo se desboca, saldremos en estampida hacia un lugar que no esperábamos, y sólo recién después de un buen rato y con mucho trabajo podremos retomar el control de nuestro camino.

Las emociones en el trabajo.

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Esto parece fácil de visualizar en casos extremos, como cuando una persona recibe una muy mala noticia y su supervisor, que no está al tanto de la situación, le pide que ese día se quede tiempo extra para resolver un problema con un cliente. Posiblemente la persona estalle y le diga que está harto de que no se respete su tiempo, de corregir macanas de otros, etc. También es posible que se quede, pero se muestre irónico, poco colaborador, y haga todo lo posible por mostrarle al supervisor lo estúpida que fue la idea de quedarse hasta más tarde. Al final del día tendremos dos o más personas que hicieron un esfuerzo extra, no lograron resolver nada, la empresa tuvo sobrecostos, y la relación estará peor que al comenzar el día.

Este fenómeno también se da de manera más sutil, no tan evidente, e impacta igualmente en el ambiente laboral y en la eficiencia de la empresa en su conjunto. Un empleado con cierta antigüedad en la empresa, que se sienta ligeramente ofendido o no valorado por un simple comentario de un nuevo compañero de trabajo, encontrará miles de defectos en las ideas del “nuevo”, no compartirá abiertamente sus opiniones, todo lo cual retrasará cualquier proyecto o desarrollo que deba surgir del equipo de trabajo.

Un colaborador de la empresa que tenga dificultades financieras o familiares, y que sienta que nadie en la empresa se interesa por su situación, no pondrá el mismo empeño en sugerir mejoras para reducir los costos, o incrementar las ventas. También tendrá dificultades para asimilar nuevos conocimientos, como el uso de un nuevo software, etc.

Es muy importante tomar consciencia de que una persona puede “obligarse” a llegar en hora, o a estar ocho horas en un escritorio; pero nadie puede “obligarse” a estar inspirado o a imaginar nuevas formas de hacer las cosas. De igual modo, nadie puede obligarse a estar abierto a entender y aceptar ideas de otros, a ser receptivo, a confiar en un tercero sin tener pruebas suficientes de que la idea valdrá la pena el esfuerzo. Estas cosas sólo se dan cuando el estado emocional es el adecuado: si el caballo está alimentado, tranquilo, y deseoso de avanzar.

Conclusión.

A riesgo de ser tremendamente simplista, pero entendiendo que ayuda a la comprensión de este artículo, el ser humano entonces podría descomponerse en dos mitades: la voluntad y predisposición para hacer, nacida de la emoción; y la capacidad de hacer, nacida de la lógica, el entrenamiento técnico y la disciplina mental. Si bien algunas personas son naturalmente empáticas, buenos líderes, y hábiles para comunicarse, no es la regla general y por eso se hace necesario entrenar estas habilidades. Aún para el caso de una persona que posea ciertas capacidades “innatas”, resulta muy útil conocer las bases teóricas o fundamentos de estas habilidades y potenciarlas desde el conocimiento formal. En todos los lugares de una empresa estas habilidades son útiles, pero se vuelven indispensables en aquellos puestos que requieren de interactuar con otras personas o dirigir equipos.


Creador de la nota

SEBASTIAN VALLVERDU

13/08/2020